A pesar de que 'paz atómica' puede parecer un concepto extraño, basta ponerlo en contexto para comprenderlo mucho mejor. Se trata de una expresión que surgió durante la Guerra Fría para explicar la tensa paz entre la Unión Soviética y las potencias capitalistas que forzó el hecho de que los dos bandos poseían armas nucleares. La destrucción de los países que formaban los dos bloques que provocaría un enfrentamiento frontal les impidió entrar en guerra de manera directa. Así pues la lucha se trasladó más allá de sus fronteras, en una pugna por el control de las naciones no alineadas y que no contaban con armamento de destrucción masiva.
En una tendencia que todavía pervive a día de hoy, estas guerras 'indirectas' llenaron el mundo de nuevos conflictos, en los que usualmente dos facciones locales opuestas apoyadas cada una por un bloque se disputaban el control de un país. Estos países se convertían en un campo de batalla donde se medían las fuerzas sin peligro de provocar la destrucción mundial mediante el bombardeo nuclear.
El primer conflicto de este tipo fue la guerra de Corea iniciada en 1950. La península había sido dividida entre capitalistas y comunistas al término de la ocupación japonesa, pero los comunistas del norte lanzaron una invasión con apoyo soviético y chino para conquistar el sur. Estados Unidos y sus aliados reaccionaron enviando a sus fuerzas armadas, y en la lucha que siguió el general MacArthur sugirió usar armas atómicas de manera convencional contra el enemigo. La negativa del presidente Truman marcaría los límites de la Guerra Fría, con las armas nucleares reservadas en sus silos como elemento disuasorio contra un enfrentamiento directo.
Sin embargo aunque estos conflictos permitieron a las grandes alianzas expandir sus fronteras no resolvieron nada, pues al no enfrentarse de forma directa el enemigo podía sobrevivir mientras mantuviera el control sobre el territorio. Aquí era donde entraba en juego el poder de seducción y propaganda sobre los ciudadanos del bloque rival, a quienes se ofreció una alternativa mejor en la que vivir para convencerles. Fue esta estrategia la que permitió al bloque occidental ganar al fin el largo tira y afloja de la segunda mitad del siglo XX, consiguiendo que la URSS se hundiera desde dentro hasta desintegrarse.
Con todo, este es un proceso lento y sin garantías de éxito, y todavía menos actualmente en un mundo globalizado en el que las diferencias entre las grandes potencias tienden a diluirse en una misma cultura y modo de vida. Mientras tanto los conflictos indirectos siguen engrosando la lista de víctimas sin esperanza de llegar a una situación de paz y estabilidad, y es la población la que sufre las consecuencias económicas y sociales causadas por sanciones y embargos.
De este modo, aunque la mutua destrucción ha asegurado la estabilidad entre las grandes potencias no ha logrado erradicar los conflictos, pues las decenas de países no integrados en las alianzas han pasado a convertirse en los nuevos campos de batalla del siglo XXI. De hecho, como demuestran los recientes ataques ucranianos sobre territorio ruso, las grandes naciones han dejado de ser inviolables. Los múltiples enfrentamientos en todo el mundo demuestran día a día que quizás el bloque enemigo no puede atacar de manera directa, pero sí puede lanzar operaciones militares indirectas o incluso atacar a través métodos más sutiles como la propaganda o los atentados terroristas de grupos subvencionados. Parece claro que los viejos modelos de guerra todavía perviven.

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